domingo, 2 de noviembre de 2014

CAPITULO XXIII - LA TARDE, ELLOS...

   Los ha devorado la tarde, la vida, o la foto ... Se los comió o, al menos, se comió aquella fuerza primitiva que los envolvía.
Flacucha, ella, esboza una sonrisa ligada, más bien, a la dicha momentánea que a la alegría. No parece haber en ella grandes ambiciones. Los dos pequeños se aferran  con ternura, como a un ancla, o acaso ellos sean el ancla para ella ... La abrazan con ahínco, acaso sienten protección o, quién sabe, pero, lo que sea, se dona a la eternidad con la simpleza y la naturalidad de la vida... Nada parece importar más, en aquella tarde, que ese presente de sol, calor y hastío.
La actitud de la mujer, no evidencia felicidad, pero sí, paz.¿No es acaso ese un estado de bondad, de plenitud, de real felicidad? Es muy joven aún para darse cuenta de eso, colmada, aquella cabecita loca, de proyectos, o distraída canalizando pulsiones, como habrá estado ...
Aunque los anteojos que lleva puestos son de cristales oscuros, no llegan a ocultar la extrañeza  de su rostro anguloso, de rasgos algo mustios, cansados, trasnochados, fiel reflejo de la extrema delgadez de su cuerpo caído en cierta desgracia elegida por la bohemia de aquellos tiempos. Hay algo de musculatura en sus brazos, como resabio de una vida anterior muy diferente, donde las actividades deportivas eran habituales. Sus labios rosados, al bordear aquella sonrisa ambigua, parecen coronarla como los pétalos de una rosa. Su mirada se proyecta hacia abajo,  en actitud meditativa, parece adentrarse, en algún recuerdo,  o, acaso,  en el deseo de una mejor fortuna para ellos. Lleva puesta una solera estampada cuya liviandad acentúa la delgadez de su cuerpo huesudo.
El pequeño, bello y grácil como un querubín, frunce el ceño y entrecierra sus ojitos, se ve que está fastidioso por el sol. La niña es la única que parece estar realmente atenta y dispuesta a dicha exposición. Mira al frente con firmeza y su sonrisa refleja alegría. Sus ojitos son algo capotudos, no se llega a percibir si habría estado durmiendo o también le molestaba el sol como a su hermanito. La boca, pequeña, entreabierta, exhibe unos dientes blanquecinos e infantiles que colman de gracia y belleza su rostro, de mejillas regordetas y rosadas como frutos recién maduros.
El grupo se apoya sobre un automóvil marca Renault 4, modelo 1970. Ya era viejo cuando lo adquirieron y, al parecer, era la única movilidad con la que contaban. Tiene pegados, en su parabrisas delantero, restos de una calcomanía que identifica  a un lugar bailable que, en esa época, estaba de moda. Su chasis es de un color verde musgo y muestra una vetustez tan armónica como la de todo el conjunto. De enfrente se vislumbra la sombra de uno o varios árboles notablemente frondozos.
La época me desafía...  La época o esa vida a la que no quiero volver pero, si, rescatar lo bueno que tenía y se fue escurriendo de mis manos, sin que yo me diera cuenta...
Ahora, tal vez sea tarde o, no sé ... Están tan grandes ... y yo ... tan conmigo misma que, a veces me asusto y otras, me pudro, como hoy, en esta mañana desoladora, mojada por una lluvia que no se hizo anunciar como otras ... Tampoco, la aparición de esta foto olvidada en un rincón del aparador ...

                                                                                   San Lorenzo, 31 de octubre de 2014

( basado en la observación de una foto)