viernes, 18 de mayo de 2012

"Mayo"

En estos momentos, pienso en que debería estar pasando en limpio un bosquejo de ponencia acerca del 25 de mayo que me encargaron para exponerlo la semana que viene en un evento literario – y van….-, pienso en la lluvia, insistente, lisa y llanamente, demoledora, no, de mi estado anímico sino, de mis expectativas. Ese curso de música popular… La verdad, me tiene a mal traer. Me llena de ansiedad no estar del todo segura acerca de mis logros. En cuanto al profesor…La verdad, no sé si vale la pena explayarme demasiado sobre lo que me pasa. He intentado relacionarme con él del modo más natural posible, pero no ha sido fácil hasta ahora. Sin embargo, a mediados del mes pasado, abril, la relación empezó a prosperar, a naturalizarse. Contribuyó en ese sentido, la incorporación de otros tres compañeros, de los cuales, quedaron dos, una chica de diecinueve años y un muchacho casado que tiene un montón de hijos, amante del folklore, canta muy bien, toca bastante la guitarra y, la verdad, congeniamos de entrada. Aunque es un poco tímido, tiene una forma de ser muy agradable y sencilla. Su personalidad unida a la de la chica que es muy retraída pero ha demostrado tener un gran sentido del humor, cuando, por ejemplo, esboza algún comentario repentino y, aunque, inoportuno, no resulta agresivo sino divertido, todo esto, favoreció notablemente. El, acaso porque se vio obligado o motivado, logró abrirse un poco más, mostrarse más sencillo y agradable, también, conmigo, con nosotros. Hace un par de semanas, cuando ya creía que la clase terminaba del mismo modo que las anteriores, es decir, con la realización de alguno de los ejercicios de rutina, auditivos, de lectura e interpretación de acordes, o de ritmo, de golpe, todo cambió. Yo le había mencionado la clase anterior, una propuesta que él había hecho sobre buscar material que pudiera formar parte de un repertorio, propuesta que había quedado inconclusa. Esa tarde, ya sobre el último tramo de la clase, me preguntó sobre la canción que yo había elegido y le había mostrado la clase anterior, pero se puso a ejecutarla él, en lugar de permitirme a mí, mostrarla. A mí, esa actitud, me había molestado bastante, pero, para variar, como siempre termina siendo con él, decidí ceder a mi enojo, y fui a clase como, de costumbre, aunque, no podía evitar estar un poco fastidiosa. Aun así, no se llegaba a notar diferencias de trato de nadie, porque la clase estaba bastante concurrida, y los diálogos, las humoradas, los fisgoneos de otros compañeros, salvaban la situación. Yo, a todo esto, ya estaba resignada. Es más, ni siquiera había sacado ese día, la guitarra, porque no sentía deseos ni siquiera de acompañar los ejemplos didácticos. El entonces, dijo algo así como que, antes de que se terminara yendo la hora, quería ver de nuevo la canción, y agregó, “no sé si la querés mostrar un poco”, o algo así. No alcanzó a terminar la frase. Yo, acaso, movida por la indignación de no haberla podido mostrar bien antes o, no sé, me olvidé, de golpe, de mis inhibiciones, de mi miedo actual a mostrarme cantando ante los demás. Saqué la guitarra de la funda y así, casi sin afinarla, empecé a tocar. De inmediato, los arpegios, inusuales, dulces, captaron la atención de todos. Se produjo un silencio raro, respetuoso. Comencé a cantar, a interpretar la letra - de un gran lirismo y peso semántico, digna de pertenecerle a mi duende curador- . Todos se quedaron sorprendidos. El, que me había estado subestimando durante todo ese tiempo, se quedó mudo un buen rato y luego, me habló en un tono que hasta ese momento, no había logrado revelar conmigo. Me dijo algo muy profundo, que no logro recordar textualmente, pero referido, primero, al público; la audiencia, es para un artista, la misma, así esté compuesta por cuarenta personas, cuarenta mil, o sólo cinco, esto, a la hora de afrontarla. Luego me dijo que todos, de alguna manera, siempre estamos aprendiendo unos de otros. Acabo de escribir esta última afirmación y confieso que se me llenaron, de golpe, los ojos de unas lágrimas que aún, me resultan inconfesables, acaso, por pudor, por excesivo respeto a mí misma, a mi familia que todos los días me tiene tanta paciencia, a mi esposo, quien, no sé por qué razón, todavía está a mi lado. A veces, dudo de que sea sólo por amor, o quizá, me conviene dudarlo para tener el motivo que necesito para separarme de él, ya que él, en general, no me los da. No me es infiel, está todo el día en casa, cuando no trabaja. En todo caso, el gran reproche que debería hacerle tiene que ver, justamente, con esa apatía, esa falta de matices en su personalidad, esa excesiva indiferencia para conmigo, con los chicos, eso que él ha definido como inexpresividad, pero que a mí me cuesta cada vez más aceptar e incluso, perdonar… Es una situación confusa, el estado en que se encuentra nuestra relación matrimonial, hoy, luego de casi veinte años de casados. Me pregunto a qué matrimonio no le pasaría lo mismo. Son demasiados años de convivencia, para mi gusto y, estimo que, para el de cualquiera… No seamos hipócritas en este sentido. En fin, como considero que el tema es largo y merece un capítulo aparte, por ahora lo voy a dejar de lado. No quiero perder el hilo de este relato, que tiene que ver con un viraje general del cauce que hasta ese momento iban teniendo las cosas. Como decía antes, a partir de ese momento, no sólo mejoraron las relaciones entre nosotros, sino, también, el tono del curso en sí. Se empezó a tornar mucho más animado, entretenido. Nosotros, estamos más comunicativos, todos. Hasta la chica, que por su edad era la que menos hablaba, empezó a desinhibirse. Incluso, propuso ella una canción que a mí también se me había ocurrido pero luego olvidé. Así que decidimos que la podríamos cantar a dúo. Pero… Es sabido que, cuando todo viene viento en popa, por así decirlo, siempre se presenta alguna situación, aunque sea, mínimamente, conflictiva. Esta vez, no fue la excepción. Resulta que hay que actuar en una escuelita para una fecha patria, dentro de muy poco tiempo – apenas falta una semana-. El profe me había propuesto que yo me presentara con la canción que mostré. Yo acepté. Me entusiasmó la idea. Claro que, sólo me animaría a cantar esa sola, a lo sumo, acompañada sólo con teclado o acordeón. Sin embargo, la última vez que fui a clase, cambió de opinión o, no sé, tal vez le fastidió alguna cosa, (aunque percibo qué pudo haber sido, no deja de ser una impresión personal, por lo tanto, no me voy a explayar tampoco, al respecto), el caso es que viró abruptamente su decisión esgrimiendo razones como, que es mejor que no actúe allí, más vale reservarme para el próximo evento, en el teatro. A mí no me parecieron malas las razones: excesivo bullicio de los niños, de los docentes, ámbito poco propicio para mostrar ciertas canciones, para las escuelas es mejor el folklore, los temas más rítmicos. Pasa que, yo ya me había hecho ilusiones. Siempre me gustaron las escuelas, los ámbitos escolares, en general, me llenan de inspiración. Sobre todo, en estos meses de mayo y junio, meses en los que se conmemora una buena cantidad de fechas patrias. Me traen recuerdos de la infancia de mis hijos, porque siempre estuve ayudando a las docentes, participando de los actos con ellos, colaborando con las escenografías. Ellas, que me conocían, siempre supieron que yo tenía alguna experiencia teatral y también, con las artes plásticas, por eso me convocaban para colaborar. A mí eso me llenaba de entusiasmo. Esperaba con alegría la llegada del 25 de mayo, del 20 de junio, del 9 de julio, luego, vacaciones de invierno… En cuanto a la niñez, siempre en estos meses, vienen esos recuerdos de cuando actuaba de negrita, de dama antigua, recitaba poemas o bailaba el pericón. Una vez, recuerdo que me hicieron actuar de vendedora ambulante. Me habían pintado la cara con corcho quemado y me habían vestido con una pollera roja, a lunares, hecha en papel crepé, un pañuelo del mismo color y un turbante color dorado. Después de la actuación en la escuela, debía salir a recorrer el barrio con una canasta llena de churros que mi mamá y otras señoras habían cocinado en la escuela. Debía golpear la puerta, casa por casa, a ofrecerlos para la venta. Yo hacía ese tipo de cosas con una naturalidad, con una desenvoltura, sin ninguna vergüenza, sobre todo, inmersa en una alegría descomunal. Siempre me atrajo el escenario. Más tarde, ya, de grande, aunque, todavía soltera o incluso recién casada, embarazada de mi hija, a punto ya, de parirla, no dejaba, aun así, de actuar. Adoraba hacerlo. De hecho, durante esos cinco o seis años de experiencia teatral, me tocó la suerte de interpretar una variada gama de personajes, así como, aprender todo tipo de textos teatrales, pero, especialmente, los de vanguardia. Hasta un espectáculo unipersonal, armamos con mi marido, con textos escritos por mí, dirigido por él. Así que, si bien no fueron muchos, los años, si fue nutrida la experiencia adquirida, reforzada con seminarios, con cursos de capacitación de difícil acceso, pero, principalmente, hecha con un gran amor al arte escénico en general. También bailé algo de ritmos latinos. Si bien, nunca dejé por completo de subirme a un escenario, ya que, tanto la conducción de eventos, como la lectura de textos literarios o dar clases, son instancias en las que uno ofrece una parte de sí a los demás, hoy en día la vida me impulsa a llevar adelante un nuevo desafío, uno que quedó inconcluso y que tiene que ver con la música, con mostrarme cantando en público, interpretar mis propias canciones, más adelante, por ahora me conformo sólo con las de otros autores. Pero aparece esta primera piedrita – no llega a ser una piedra enorme, no – y esto me llena de frustración, aunque, reconozco, que estoy reaccionando de un modo meramente irracional. Me da bronca sentirme, de algún modo, discriminada, por el tono de mi canción, porque no se tocar canciones folklóricas o si bien sé algunas con reminiscencias de ese tipo, parece que no son del agrado del profesor, porque vienen de rockeros y no de folkloristas o, que sé yo, en el fondo, como dije al principio, me perturba la duda de, si en realidad tengo el nivel justo para mostrarme cantando o me falta un poco, aunque él, en ningún momento dejó entrever nada de eso en su opinión, por el contrario, volvió a decirme que yo canto muy bien y que toco muy bien la guitarra. Pero… Estoy enojada, sí, al punto de no saber si quiero continuar yendo al curso o no… Encima, esta lluvia. Debo ir esta tarde y, la verdad, no sé francamente qué hacer… Ah, por cierto, que siga lloviendo puede venirme muy bien para terminar con mi ponencia, la que debo presentar la semana que viene… San Lorenzo, 18 de mayo de 2012

martes, 15 de mayo de 2012

“Quién dijo que todo está perdido” – Capítulo XVI “Quien dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón” – Fito Páez I)¡Quién pudo decir eso!¡Quién soy yo para creer que la vida no me daría una segunda oportunidad, una nueva aventura, nuevas experiencias que renueven mis ganas de vivir! Tiempo antes me encontraba completamente desolada, creyendo que hasta aquí llegaba mi vida, que no quedaban ya esperanzas, “un mañana” por soñar, luego de que aquella musa, acaso extraterrestre o divina, emprendiera su retirada, así, de repente. Me pregunto si lo decidió a tiempo, tempranamente, o fui yo quien llegó tarde, quien oyó el reclamo a destiempo, tal como él lo reprocha en una de sus canciones memorables, “vos nunca me oíste en tiempo”(*). Es probable que te haya descubierto un poco tarde, así como aprendí un poco tarde a tocar algún instrumento, que me haya dispersado en el camino del aprendizaje hacia otras ciencias, otros saberes, para luego caer en el más puro y llano pragmatismo, ( como ya lo he explicado). Pero, lejos de condenarme a mí misma a vivir en el eterno calvario de tu añoranza, de la melancolía por lo que nunca llegó a ser, se desaceleró, quizá al punto de volverse una demora irreductible; se fueron dando una serie de hechos que, unidos a mi propia autodeterminación, desencadenaron en un tiempo nuevo, diferente, una nueva oportunidad, podríamos decir, aunque no es completamente distinto al anterior. Otra vez es la música la que me está abriendo un pequeño portal, pero su timbre es otro, las notas son más dulces, han dejado atrás las penas, las introspecciones. Ahora se presentan frases melódicas más claras, más rotundas. Un impulso, sí, cierto frenesí me condujo a cambiar el rumbo de mi ínfima e insignificante historia personal. Había decidido, días atrás, ir a un acto protocolar, aún sin invitación, por cuestiones meramente políticas que no vienen al caso… Ese día, un martes, abruptamente, casi, sin pensarlo, cambié de golpe mi decisión. En lugar de ir al acto, fui a hablar con un profesor de música. Por qué hice eso, exactamente, no lo sé. Al día anterior, ese lunes, había sido el cumpleaños de mi hijo mayor, un chico que tiene todo el talento musical del cual yo carezco, sumado esto, a la libertad creativa que ambos, en cambio, compartimos. No puedo negar cómo me sentía, me hallaba internamente derrotada, no podía sintonizar con la alegría en lo más mínimo. Llovía torrencialmente y ese hecho ahondaba mi melancolía. No podía evitar extrañar al duendecillo. Se me venían, todo el tiempo, a la cabeza, sus canciones. Pero algo, de repente, ocurrió así, sin más preludio. Una fuerza interior, un entusiasmo renovado. MI hijo empezó a referirse a una conversación que había tenido hacía algunos días, con el peluquero. Este le había narrado una historia, en verdad, sorprendente. Su mujer había salido seleccionada, poco antes, para actuar en el Festival de Cosquín de este año, en la sección de Peñas populares, o algo así. Allí conoció a una cordobesa bastante lanzada. La mina terminó viniendo para estos pagos porque admira a un músico oriundo de Andino, muy talentoso y renombrado actualmente, y lo quería conocer personalmente. El caso es que los tres – el matrimonio y ella – emprendieron la cruzada de ubicarlo. Así fue que llegaron a Andino y encontraron a su madre. Ella los condujo a él. Lo conocieron, el tipo se mostró muy cordial y agradable. Todos terminaron compartiendo un asado en la casa del peluquero. El asunto no terminó ahí. Parece que quieren compartir otro asado en el que estaría invitada, al menos, le sugirieron eso a mi hijo. Yo no supe – de hecho, no sé muy bien, si la invitación es para que vaya a leer poesía o para que vaya a tocar. Sea para lo que sea, a mí me embargó un entusiasmo que, como antes decía, parecía venido del cielo. Todo lo que quedó de ese día y del día siguiente, lo transcurrí embargada en una inspiración inusitada. Lo que había dado por sentado en cuanto al rumbo que seguiría mi vida en más, empezó a flexibilizarse y entonces el acto de ese martes, de repente, dejó de parecerme una buena opción y entonces vino ese arranque intempestivo que me condujo a aquel docente. II) Me sorprendió encontrar en él amabilidad, dulzura. Lo conocía, casi, de vista. Casi. Lo había visto, en realidad, años atrás, en varias oportunidades. En las épocas en que me habían invitado a publicar mis obras en los cuadernos de una reconocida escritora y dramaturga de la zona. Lo recuerdo, más precisamente, una noche, invitado por ella al Acto de Presentación del segundo cuaderno. Allí me tocó leer, junto con otros colegas, mis trabajos publicados. Él, en ningún momento reparó en mí. Más bien, se mostraba altivo, muy seguro de sí mismo, acompañado por quien, entonces, era su novia. Cuando fuimos presentados, me saludó pero, con una actitud que bien podría leerse como de obligada amabilidad o acaso, cierta timidez. Nunca supe, aún hoy, no sé si, en verdad, se acuerda de mí. Porque también hubo encuentros mutuos en épocas más remotas, cuando éramos adolescentes y, en los asaltos, después de deambular por todo el recinto, visiblemente aburrido e indiferente – esa parece ser su actitud habitual – me sacaba a bailar. Siempre hacía lo mismo, siempre que iba, es decir, de vez en cuando. A mí, eso no me molestaba para nada porque yo no estaba muy interesada en él. Sin embargo, accedía a la invitación porque me gustaba hablar con él. No tenía el tipo de conversación de los otros, no, sus temas eran más variados, no convencionales, y eso me agradaba, poder hablar de cosas, digamos, atípicas como, por ejemplo, el sentido de algunas cosas, no sé. A decir verdad, no logro recordar lo que hablábamos pero sí, que lo hacíamos por largo rato, a veces, toda la noche. Después, la vida nos fue llevando por rumbos diferentes. Hoy, después de tanto tiempo, me lo encuentro Y… Siento que algo resonó de golpe en mi interior, algo que nunca había advertido, no sé, no logro saber qué es, sólo, que me siento atraída por él o, al menos, más de lo que alcancé a registrar en aquellas oportunidades. En mi adolescencia, no me llegaba a atraer físicamente aunque tampoco me parecía feo. Luego, cuando supe de sus actuaciones artísticas, me lo cruzaba en los eventos de la escritora o en el Centro Cultural, incluso, hasta hace muy poco, si bien lo encontré un poco más atractivo, nunca me cayó del todo bien su temperamento. Ese martes, en cambio, la conversación que mantuvimos – una entrevista, en realidad, para conocer los alcances del curso de música y mis condiciones – mi impresión por él mejoró notablemente. Lo encontré más amable, más dulce, más, como en la época en que éramos adolescentes. Esto me llenó de alegría, pero, también, de nostalgia. Me vinieron ganas de volver a escuchar esa música que hacía años no escuchaba, como Serú Girán, Lito Nebbia, León Gieco. Me hace rescatar en mí, aquellas vivencias, las verdaderas, las ligadas a hechos concretos. Es como haber encontrado la llave perdida en la letanía de aquel desdichado desencuentro antes de tiempo. Acaso porque no supe, o no pude “oírlo en tiempo”(**). (*) giro extraído de la canción “Nunca me oíste en tiempo” de Spinetta Jade – álbum “Los niños que escriben en el cielo” – 1981 (**)paráfrasis basada en el giro anterior.-