miércoles, 4 de julio de 2012


“Sobre POROS no hay nada escrito….” (salvo, “El Banquete” )(*)
Dice Platón, en el Banquete, bajo la voz de Socrátes, quien a su vez refiere una conversación antes mantenida con Diotima (una criada o pastora, no recuerdo esto muy bien), el amor, Eros, es hijo de Poros – la prosperidad – y de Peña, la pobreza, de ahí que se trate de una entidad intermedia, un deimon, o un genio, por tener en su herencia, carácter divino y mundano, o inferior. Unos pasajes más adelante, en esta obra, compara a la riqueza, a la prosperidad, Poros, con el conocimiento, y al amor, Eros, con el filósofo. Dice, en ese sentido, que el filósofo, al igual que Eros, posee en sí mismo esa doble condición, por un lado, ese carácter divino, esa riqueza, esa prosperidad que está en su sed de conocimiento, pero la misma no es plena, es incompleta, está eclipsada por esa otra condición de pobreza que se refleja en lo que le falta por conocer, y se traduce en esas preguntas, esas cuestiones que surgen en su espíritu. Agrega que si fuera totalmente ignorante – comparando la ignorancia, claro está, con la pobreza – no surgirían en él, preguntas, cuestionamientos, indagación; del mismo modo, si fuera totalmente sabio, si lo conociera todo – comparando así al conocimiento con la riqueza – no cuestionaría más nada.
Por alguna razón, o en realidad, por muchas, demasiadas, o quizá, la misma, la que se repite, la que se presenta siempre del mismo modo, como un obstáculo, como un límite, o una sombra; me siento identificada con esta imagen, con esta naturaleza, con este carácter erótico del filósofo. Estoy siempre buscando, o quizá, las circunstancias que surgen de mis acciones, esas acciones que, a su vez son el resultado de mis capacidades y de mis inquietudes espirituales; todo ese movimiento, todo eso, me pone en contacto con la riqueza en todo sentido, la riqueza material, a veces, la riqueza a nivel espiritual o artístico, otras. Sin embargo, no llego nunca a pertenecer completamente a ambos mundos, ni al de la riqueza patrimonial, ni al de la riqueza intelectual, espiritual, o artística. Siempre, tarde o temprano, se presenta la pobreza, insistiendo en revelarse, como reclamando, de algún modo, su madrinazgo de mí.
Es innegable, evidente, que me sobran condiciones, o, desde un punto de vista metafísico, me sobra energía, fuerza de voluntad, sabiduría, para entender sobre muchísimos aspectos de la vida. Eso hace que, de pronto, convivan en mí, conocimientos sólidos en muchas áreas del conocimiento, desde las ciencias exactas, hasta las humanísticas, como así también, tenga bastante talento artístico para haber podido abordar distintas disciplinas, las artes plásticas, la literatura, el teatro, la música, y a todas ellas, hacerlas bastante bien, aunque, en este punto, mi talento se refleja más claramente en la literatura, disciplina en la que me hallo mucho más cómoda que en otras. Pero, en todo, todo lo que hago, en todo lo que me ocurre, siento que me falta algo. En la música, por ejemplo, no se trata de conocimientos, ya que, si bien, nunca me pude dedicar a fondo a esta disciplina, siento que poseo conocimientos bastante sólidos, complejos, al igual que, grandes condiciones auditivas. Pero no llego a cantar del todo bien, menos aún, a tener un dominio fuerte sobre el instrumento. Del mismo modo me ocurre con la pintura. En cuanto al teatro y la literatura, aquí han sido más los logros que las dificultades,  aun así, en esta última disciplina, por ejemplo, aunque ha sido hasta ahora la que más dedicación le dispensé, no llego a tener un nivel para obtener un premio importante, y nunca pude hasta ahora, acceder mediante certámenes, a muy buenas publicaciones.
Del mismo modo  ocurre en mi vida. No me falta nada, pero mi casa es el fiel reflejo de mi persona, o al menos, de cómo está mi persona hoy. Dentro de ella hay todo tipo de objetos, puedo decir que, si bien, no hay de sobra, mi casa está abastecida con todo tipo de artefactos electrodomésticos, además de poseer cantidades abundantes de libros, de películas, de música. Sin embargo, la casita se está deteriorando a pasos agigantados sin que hayamos podido, hasta ahora, hacerle una mejora importante, ya que, cada vez que hemos tenido dinero, el mismo se terminó, prácticamente, esfumando, sea, debido a estafas o a compromisos o a beneficios para los hijos, a la compra de instrumentos musicales, o lo que sea. Lo mismo ocurre con mi salud y mi aspecto personal, que a veces, mejora, otras empeora, pero nunca logro que esté del todo bien. En cuanto a mi pareja, si bien, en algunos aspectos es una persona bastante culta, tiene muchos rasgos marcadamente negativos, o que reflejan poco refinamiento, tiene algunos hábitos que, francamente, detesto, a veces, en  fin, para qué seguir dando detalles, se entiende, ¿verdad?
Siento, en síntesis, que en todas estas cosas, en toda esa suerte que luego se va diluyendo o lisa y llanamente, truncando, en todos esos contrastes, está presente Poros, pero, seducido por Peña, como en la noche del banquete aquel en el que lo seduce, lo engaña, borracho, y conciben a Eros. Entonces  hay Poros, aquí, Poros, allá, Poros por todos lados…. En el marco de la ventana, donde se filtra la humedad todo el tiempo, en mis interpretaciones musicales en vivo, ante una audiencia, en el amor que se presenta con algún poro o algunos poros inmiscuyéndose, bajo la forma de parejas de años, incluso, ambas, la suya, la mía, tienen en común esos mismos poros de rudeza, de poco refinamiento, hasta de poca altura o, no sé… Espero que los poros, que a todo esto, ya están ganándole al techo del lavaderito y a algunos sectores del techo de casa, no se empiecen a reproducir, al punto de que las goteras hagan estragos cuando llueve…
                                                                               San Lorenzo, 03 de julio de 2012
Día en que me encuentro particularmente “Porificada”, prefiero, antes que, Pontificada…
Mucho gre gre para decir Gregorio, diría, bueno, no importa quién… en síntesis no soy ni chicha ni limonada… en nada.
(*) la paráfrasis se refiere a la obra “El Banquete o del amor”, perteneciente a Platón.

viernes, 18 de mayo de 2012

"Mayo"

En estos momentos, pienso en que debería estar pasando en limpio un bosquejo de ponencia acerca del 25 de mayo que me encargaron para exponerlo la semana que viene en un evento literario – y van….-, pienso en la lluvia, insistente, lisa y llanamente, demoledora, no, de mi estado anímico sino, de mis expectativas. Ese curso de música popular… La verdad, me tiene a mal traer. Me llena de ansiedad no estar del todo segura acerca de mis logros. En cuanto al profesor…La verdad, no sé si vale la pena explayarme demasiado sobre lo que me pasa. He intentado relacionarme con él del modo más natural posible, pero no ha sido fácil hasta ahora. Sin embargo, a mediados del mes pasado, abril, la relación empezó a prosperar, a naturalizarse. Contribuyó en ese sentido, la incorporación de otros tres compañeros, de los cuales, quedaron dos, una chica de diecinueve años y un muchacho casado que tiene un montón de hijos, amante del folklore, canta muy bien, toca bastante la guitarra y, la verdad, congeniamos de entrada. Aunque es un poco tímido, tiene una forma de ser muy agradable y sencilla. Su personalidad unida a la de la chica que es muy retraída pero ha demostrado tener un gran sentido del humor, cuando, por ejemplo, esboza algún comentario repentino y, aunque, inoportuno, no resulta agresivo sino divertido, todo esto, favoreció notablemente. El, acaso porque se vio obligado o motivado, logró abrirse un poco más, mostrarse más sencillo y agradable, también, conmigo, con nosotros. Hace un par de semanas, cuando ya creía que la clase terminaba del mismo modo que las anteriores, es decir, con la realización de alguno de los ejercicios de rutina, auditivos, de lectura e interpretación de acordes, o de ritmo, de golpe, todo cambió. Yo le había mencionado la clase anterior, una propuesta que él había hecho sobre buscar material que pudiera formar parte de un repertorio, propuesta que había quedado inconclusa. Esa tarde, ya sobre el último tramo de la clase, me preguntó sobre la canción que yo había elegido y le había mostrado la clase anterior, pero se puso a ejecutarla él, en lugar de permitirme a mí, mostrarla. A mí, esa actitud, me había molestado bastante, pero, para variar, como siempre termina siendo con él, decidí ceder a mi enojo, y fui a clase como, de costumbre, aunque, no podía evitar estar un poco fastidiosa. Aun así, no se llegaba a notar diferencias de trato de nadie, porque la clase estaba bastante concurrida, y los diálogos, las humoradas, los fisgoneos de otros compañeros, salvaban la situación. Yo, a todo esto, ya estaba resignada. Es más, ni siquiera había sacado ese día, la guitarra, porque no sentía deseos ni siquiera de acompañar los ejemplos didácticos. El entonces, dijo algo así como que, antes de que se terminara yendo la hora, quería ver de nuevo la canción, y agregó, “no sé si la querés mostrar un poco”, o algo así. No alcanzó a terminar la frase. Yo, acaso, movida por la indignación de no haberla podido mostrar bien antes o, no sé, me olvidé, de golpe, de mis inhibiciones, de mi miedo actual a mostrarme cantando ante los demás. Saqué la guitarra de la funda y así, casi sin afinarla, empecé a tocar. De inmediato, los arpegios, inusuales, dulces, captaron la atención de todos. Se produjo un silencio raro, respetuoso. Comencé a cantar, a interpretar la letra - de un gran lirismo y peso semántico, digna de pertenecerle a mi duende curador- . Todos se quedaron sorprendidos. El, que me había estado subestimando durante todo ese tiempo, se quedó mudo un buen rato y luego, me habló en un tono que hasta ese momento, no había logrado revelar conmigo. Me dijo algo muy profundo, que no logro recordar textualmente, pero referido, primero, al público; la audiencia, es para un artista, la misma, así esté compuesta por cuarenta personas, cuarenta mil, o sólo cinco, esto, a la hora de afrontarla. Luego me dijo que todos, de alguna manera, siempre estamos aprendiendo unos de otros. Acabo de escribir esta última afirmación y confieso que se me llenaron, de golpe, los ojos de unas lágrimas que aún, me resultan inconfesables, acaso, por pudor, por excesivo respeto a mí misma, a mi familia que todos los días me tiene tanta paciencia, a mi esposo, quien, no sé por qué razón, todavía está a mi lado. A veces, dudo de que sea sólo por amor, o quizá, me conviene dudarlo para tener el motivo que necesito para separarme de él, ya que él, en general, no me los da. No me es infiel, está todo el día en casa, cuando no trabaja. En todo caso, el gran reproche que debería hacerle tiene que ver, justamente, con esa apatía, esa falta de matices en su personalidad, esa excesiva indiferencia para conmigo, con los chicos, eso que él ha definido como inexpresividad, pero que a mí me cuesta cada vez más aceptar e incluso, perdonar… Es una situación confusa, el estado en que se encuentra nuestra relación matrimonial, hoy, luego de casi veinte años de casados. Me pregunto a qué matrimonio no le pasaría lo mismo. Son demasiados años de convivencia, para mi gusto y, estimo que, para el de cualquiera… No seamos hipócritas en este sentido. En fin, como considero que el tema es largo y merece un capítulo aparte, por ahora lo voy a dejar de lado. No quiero perder el hilo de este relato, que tiene que ver con un viraje general del cauce que hasta ese momento iban teniendo las cosas. Como decía antes, a partir de ese momento, no sólo mejoraron las relaciones entre nosotros, sino, también, el tono del curso en sí. Se empezó a tornar mucho más animado, entretenido. Nosotros, estamos más comunicativos, todos. Hasta la chica, que por su edad era la que menos hablaba, empezó a desinhibirse. Incluso, propuso ella una canción que a mí también se me había ocurrido pero luego olvidé. Así que decidimos que la podríamos cantar a dúo. Pero… Es sabido que, cuando todo viene viento en popa, por así decirlo, siempre se presenta alguna situación, aunque sea, mínimamente, conflictiva. Esta vez, no fue la excepción. Resulta que hay que actuar en una escuelita para una fecha patria, dentro de muy poco tiempo – apenas falta una semana-. El profe me había propuesto que yo me presentara con la canción que mostré. Yo acepté. Me entusiasmó la idea. Claro que, sólo me animaría a cantar esa sola, a lo sumo, acompañada sólo con teclado o acordeón. Sin embargo, la última vez que fui a clase, cambió de opinión o, no sé, tal vez le fastidió alguna cosa, (aunque percibo qué pudo haber sido, no deja de ser una impresión personal, por lo tanto, no me voy a explayar tampoco, al respecto), el caso es que viró abruptamente su decisión esgrimiendo razones como, que es mejor que no actúe allí, más vale reservarme para el próximo evento, en el teatro. A mí no me parecieron malas las razones: excesivo bullicio de los niños, de los docentes, ámbito poco propicio para mostrar ciertas canciones, para las escuelas es mejor el folklore, los temas más rítmicos. Pasa que, yo ya me había hecho ilusiones. Siempre me gustaron las escuelas, los ámbitos escolares, en general, me llenan de inspiración. Sobre todo, en estos meses de mayo y junio, meses en los que se conmemora una buena cantidad de fechas patrias. Me traen recuerdos de la infancia de mis hijos, porque siempre estuve ayudando a las docentes, participando de los actos con ellos, colaborando con las escenografías. Ellas, que me conocían, siempre supieron que yo tenía alguna experiencia teatral y también, con las artes plásticas, por eso me convocaban para colaborar. A mí eso me llenaba de entusiasmo. Esperaba con alegría la llegada del 25 de mayo, del 20 de junio, del 9 de julio, luego, vacaciones de invierno… En cuanto a la niñez, siempre en estos meses, vienen esos recuerdos de cuando actuaba de negrita, de dama antigua, recitaba poemas o bailaba el pericón. Una vez, recuerdo que me hicieron actuar de vendedora ambulante. Me habían pintado la cara con corcho quemado y me habían vestido con una pollera roja, a lunares, hecha en papel crepé, un pañuelo del mismo color y un turbante color dorado. Después de la actuación en la escuela, debía salir a recorrer el barrio con una canasta llena de churros que mi mamá y otras señoras habían cocinado en la escuela. Debía golpear la puerta, casa por casa, a ofrecerlos para la venta. Yo hacía ese tipo de cosas con una naturalidad, con una desenvoltura, sin ninguna vergüenza, sobre todo, inmersa en una alegría descomunal. Siempre me atrajo el escenario. Más tarde, ya, de grande, aunque, todavía soltera o incluso recién casada, embarazada de mi hija, a punto ya, de parirla, no dejaba, aun así, de actuar. Adoraba hacerlo. De hecho, durante esos cinco o seis años de experiencia teatral, me tocó la suerte de interpretar una variada gama de personajes, así como, aprender todo tipo de textos teatrales, pero, especialmente, los de vanguardia. Hasta un espectáculo unipersonal, armamos con mi marido, con textos escritos por mí, dirigido por él. Así que, si bien no fueron muchos, los años, si fue nutrida la experiencia adquirida, reforzada con seminarios, con cursos de capacitación de difícil acceso, pero, principalmente, hecha con un gran amor al arte escénico en general. También bailé algo de ritmos latinos. Si bien, nunca dejé por completo de subirme a un escenario, ya que, tanto la conducción de eventos, como la lectura de textos literarios o dar clases, son instancias en las que uno ofrece una parte de sí a los demás, hoy en día la vida me impulsa a llevar adelante un nuevo desafío, uno que quedó inconcluso y que tiene que ver con la música, con mostrarme cantando en público, interpretar mis propias canciones, más adelante, por ahora me conformo sólo con las de otros autores. Pero aparece esta primera piedrita – no llega a ser una piedra enorme, no – y esto me llena de frustración, aunque, reconozco, que estoy reaccionando de un modo meramente irracional. Me da bronca sentirme, de algún modo, discriminada, por el tono de mi canción, porque no se tocar canciones folklóricas o si bien sé algunas con reminiscencias de ese tipo, parece que no son del agrado del profesor, porque vienen de rockeros y no de folkloristas o, que sé yo, en el fondo, como dije al principio, me perturba la duda de, si en realidad tengo el nivel justo para mostrarme cantando o me falta un poco, aunque él, en ningún momento dejó entrever nada de eso en su opinión, por el contrario, volvió a decirme que yo canto muy bien y que toco muy bien la guitarra. Pero… Estoy enojada, sí, al punto de no saber si quiero continuar yendo al curso o no… Encima, esta lluvia. Debo ir esta tarde y, la verdad, no sé francamente qué hacer… Ah, por cierto, que siga lloviendo puede venirme muy bien para terminar con mi ponencia, la que debo presentar la semana que viene… San Lorenzo, 18 de mayo de 2012

martes, 15 de mayo de 2012

“Quién dijo que todo está perdido” – Capítulo XVI “Quien dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón” – Fito Páez I)¡Quién pudo decir eso!¡Quién soy yo para creer que la vida no me daría una segunda oportunidad, una nueva aventura, nuevas experiencias que renueven mis ganas de vivir! Tiempo antes me encontraba completamente desolada, creyendo que hasta aquí llegaba mi vida, que no quedaban ya esperanzas, “un mañana” por soñar, luego de que aquella musa, acaso extraterrestre o divina, emprendiera su retirada, así, de repente. Me pregunto si lo decidió a tiempo, tempranamente, o fui yo quien llegó tarde, quien oyó el reclamo a destiempo, tal como él lo reprocha en una de sus canciones memorables, “vos nunca me oíste en tiempo”(*). Es probable que te haya descubierto un poco tarde, así como aprendí un poco tarde a tocar algún instrumento, que me haya dispersado en el camino del aprendizaje hacia otras ciencias, otros saberes, para luego caer en el más puro y llano pragmatismo, ( como ya lo he explicado). Pero, lejos de condenarme a mí misma a vivir en el eterno calvario de tu añoranza, de la melancolía por lo que nunca llegó a ser, se desaceleró, quizá al punto de volverse una demora irreductible; se fueron dando una serie de hechos que, unidos a mi propia autodeterminación, desencadenaron en un tiempo nuevo, diferente, una nueva oportunidad, podríamos decir, aunque no es completamente distinto al anterior. Otra vez es la música la que me está abriendo un pequeño portal, pero su timbre es otro, las notas son más dulces, han dejado atrás las penas, las introspecciones. Ahora se presentan frases melódicas más claras, más rotundas. Un impulso, sí, cierto frenesí me condujo a cambiar el rumbo de mi ínfima e insignificante historia personal. Había decidido, días atrás, ir a un acto protocolar, aún sin invitación, por cuestiones meramente políticas que no vienen al caso… Ese día, un martes, abruptamente, casi, sin pensarlo, cambié de golpe mi decisión. En lugar de ir al acto, fui a hablar con un profesor de música. Por qué hice eso, exactamente, no lo sé. Al día anterior, ese lunes, había sido el cumpleaños de mi hijo mayor, un chico que tiene todo el talento musical del cual yo carezco, sumado esto, a la libertad creativa que ambos, en cambio, compartimos. No puedo negar cómo me sentía, me hallaba internamente derrotada, no podía sintonizar con la alegría en lo más mínimo. Llovía torrencialmente y ese hecho ahondaba mi melancolía. No podía evitar extrañar al duendecillo. Se me venían, todo el tiempo, a la cabeza, sus canciones. Pero algo, de repente, ocurrió así, sin más preludio. Una fuerza interior, un entusiasmo renovado. MI hijo empezó a referirse a una conversación que había tenido hacía algunos días, con el peluquero. Este le había narrado una historia, en verdad, sorprendente. Su mujer había salido seleccionada, poco antes, para actuar en el Festival de Cosquín de este año, en la sección de Peñas populares, o algo así. Allí conoció a una cordobesa bastante lanzada. La mina terminó viniendo para estos pagos porque admira a un músico oriundo de Andino, muy talentoso y renombrado actualmente, y lo quería conocer personalmente. El caso es que los tres – el matrimonio y ella – emprendieron la cruzada de ubicarlo. Así fue que llegaron a Andino y encontraron a su madre. Ella los condujo a él. Lo conocieron, el tipo se mostró muy cordial y agradable. Todos terminaron compartiendo un asado en la casa del peluquero. El asunto no terminó ahí. Parece que quieren compartir otro asado en el que estaría invitada, al menos, le sugirieron eso a mi hijo. Yo no supe – de hecho, no sé muy bien, si la invitación es para que vaya a leer poesía o para que vaya a tocar. Sea para lo que sea, a mí me embargó un entusiasmo que, como antes decía, parecía venido del cielo. Todo lo que quedó de ese día y del día siguiente, lo transcurrí embargada en una inspiración inusitada. Lo que había dado por sentado en cuanto al rumbo que seguiría mi vida en más, empezó a flexibilizarse y entonces el acto de ese martes, de repente, dejó de parecerme una buena opción y entonces vino ese arranque intempestivo que me condujo a aquel docente. II) Me sorprendió encontrar en él amabilidad, dulzura. Lo conocía, casi, de vista. Casi. Lo había visto, en realidad, años atrás, en varias oportunidades. En las épocas en que me habían invitado a publicar mis obras en los cuadernos de una reconocida escritora y dramaturga de la zona. Lo recuerdo, más precisamente, una noche, invitado por ella al Acto de Presentación del segundo cuaderno. Allí me tocó leer, junto con otros colegas, mis trabajos publicados. Él, en ningún momento reparó en mí. Más bien, se mostraba altivo, muy seguro de sí mismo, acompañado por quien, entonces, era su novia. Cuando fuimos presentados, me saludó pero, con una actitud que bien podría leerse como de obligada amabilidad o acaso, cierta timidez. Nunca supe, aún hoy, no sé si, en verdad, se acuerda de mí. Porque también hubo encuentros mutuos en épocas más remotas, cuando éramos adolescentes y, en los asaltos, después de deambular por todo el recinto, visiblemente aburrido e indiferente – esa parece ser su actitud habitual – me sacaba a bailar. Siempre hacía lo mismo, siempre que iba, es decir, de vez en cuando. A mí, eso no me molestaba para nada porque yo no estaba muy interesada en él. Sin embargo, accedía a la invitación porque me gustaba hablar con él. No tenía el tipo de conversación de los otros, no, sus temas eran más variados, no convencionales, y eso me agradaba, poder hablar de cosas, digamos, atípicas como, por ejemplo, el sentido de algunas cosas, no sé. A decir verdad, no logro recordar lo que hablábamos pero sí, que lo hacíamos por largo rato, a veces, toda la noche. Después, la vida nos fue llevando por rumbos diferentes. Hoy, después de tanto tiempo, me lo encuentro Y… Siento que algo resonó de golpe en mi interior, algo que nunca había advertido, no sé, no logro saber qué es, sólo, que me siento atraída por él o, al menos, más de lo que alcancé a registrar en aquellas oportunidades. En mi adolescencia, no me llegaba a atraer físicamente aunque tampoco me parecía feo. Luego, cuando supe de sus actuaciones artísticas, me lo cruzaba en los eventos de la escritora o en el Centro Cultural, incluso, hasta hace muy poco, si bien lo encontré un poco más atractivo, nunca me cayó del todo bien su temperamento. Ese martes, en cambio, la conversación que mantuvimos – una entrevista, en realidad, para conocer los alcances del curso de música y mis condiciones – mi impresión por él mejoró notablemente. Lo encontré más amable, más dulce, más, como en la época en que éramos adolescentes. Esto me llenó de alegría, pero, también, de nostalgia. Me vinieron ganas de volver a escuchar esa música que hacía años no escuchaba, como Serú Girán, Lito Nebbia, León Gieco. Me hace rescatar en mí, aquellas vivencias, las verdaderas, las ligadas a hechos concretos. Es como haber encontrado la llave perdida en la letanía de aquel desdichado desencuentro antes de tiempo. Acaso porque no supe, o no pude “oírlo en tiempo”(**). (*) giro extraído de la canción “Nunca me oíste en tiempo” de Spinetta Jade – álbum “Los niños que escriben en el cielo” – 1981 (**)paráfrasis basada en el giro anterior.-

sábado, 18 de febrero de 2012

Arcángel Rafael - capítulo XV

Mis ojos apenas habían logrado abrirse. Los párpados no llegaban a alzarse para caer otra vez, pesadamente. Por más que intentara mantenerlos despiertos, se negaban.
Vengo padeciendo un cansancio extremo desde hace unos días, por más que busque dormir un poco más, eso no contribuye a mejorar mi vitalidad. Por el contrario, parece que más horas duermo, peor es. Me cuesta aún más levantarme.
Esa mañana, aunque sabía que tenía que hacerlo, no me había despertado completamente. Estaba, como se dice, en estado Alfa, es decir, en estado intermedio de sueño. Cuando creía que me encontraba en condiciones de levantarme, mi cuerpo empezó a alivianarse y entonces, el cuarto, de golpe, se vio cubierto de un manto lumínico de un color verde bastante más claro que el de la esmeralda, un tono intermedio entre el verde manzana, y el turquesa suave, como el de los tonos pastel. No se trataba de una tonalidad compacta, más bien era translúcida, sí, yo alcanzaba a divisar perfectamente todo el ambiente, me veía a mí misma en la cama, como si estuviera despierta. En eso diviso la silueta de un ser alado, también, en ese mismo tono verde indeciso entre el de la manzana, la fronda de los árboles, y el pastel de las acuarelas. No sabría decir si lo vi en tamaño natural o quizá, un poco más pequeño, como el de un ser elemental. Estaba, eso sí, de perfil y no me miraba, antes bien, se mantenía inerte. Tampoco llegaba a ser corpóreo, su silueta era transparente, como la de un holograma. En eso, una voz, posiblemente femenina, me decía: “Estamos ante la presencia del Arcángel Rafael, es tiempo de hacer tu petición para el día de hoy”. Yo sólo atiné a decir con mi pensamiento, con total sosiego y seguridad: “pido salud y vitalidad para todos mis seres queridos”. Dicho esto, me desperté, con una sensación extraña, pero, de gran tranquilidad, aunque no llegué, aun así a sentir alguna emoción intensa reconocible. Más bien, como decía, era serenidad, confianza, certeza acerca de la verdad de todo aquello. En ningún momento dudé de que no fuera un sueño. Aún hoy sé, estoy plenamente segura de que no lo fue. Sé que, por el contrario, se trató de una visión, de hecho, pude experimentar algo muy similar, años atrás, una noche en que había bebido en exceso y también estaba ingresando en ese estado intermedio de sueño. Bien entrada la madrugada, en ese entonces sentí una ráfaga muy cerca de mí, como un batir de alas, aunque el movimiento, la experiencia en sí, aquella vez, había sido brusca. Yo también me veía en mi cuarto, acostada. Percibí entonces la presencia de una entidad, de una forma inmaterial transparente, aunque un poco más grande que la anterior, y de un color azul intenso, oscuro, azul marino, su irrupción fue contundente y no habló, aunque quizá, sí, pero la voz que oía no parecía provenir de él sino, del fondo de la habitación. Se apareció de frente – instante en el que pude notar que portaba una armadura en su cuerpo, o algo similar- luego volteó y, con su brazo derecho hizo un movimiento que permitió el despliegue de unas alas enormes, del mismo color. De inmediato, la voz que se escuchó, más grave que la anterior, con carácter fuertemente imperativo, dijo: “es hora de que dejes de lado los excesos y seas consciente de lo valiosa que es tu vida”.
Desde entonces fui dejando de lado todos los excesos. A lo sumo tomo un poco de vino o cerveza por las noches, pero, nunca más, en las cantidades que antes consumía.
Analizando ambas experiencias llego a la conclusión de que tuvieron lugar en momentos críticos o al menos categóricos de mi vida. La primera de ellas, en una época en la que, ciertamente tomaba en exceso, poniendo en riesgo mi vitalidad. Esta última, en cambio, la veo como un anuncio. Lo que tenía para anunciar no tenía que ver precisamente conmigo, ya que, si bien, con algunas secuelas un tanto traumáticas, vengo superando bastante bien mi dolencia. Aunque, en esos días no le hallaba la clave, con el correr de los meses – que no fueron muchos, apenas dos o tres – me di cuenta de que me alertó sobre la gravedad del estado de salud de EL, el músico de mi alma. Así siento que era de grande, de íntima, nuestra conexión. A propósito, desde que su alma se elevó, la dolencia de mi hombro desapareció…

"El alba disuelve los monstruos"* - capítulo XIV

Desde que siento que me faltas más de la cuenta, y no sé por qué me pasa, si porque intuyo que me estás olvidando o que me estás recordando más, desde que vengo recibiendo esos golpes de teléfono intrigantes, enigmáticos; desde que tuve, otra vez, noticias tuyas, mis noches se llenaron de recuerdos, a veces, buenos, otras, magros o colmados de rencor. Es en las noches de malos recuerdos cuando vienen los monstruos que sólo el alba logra disolver. Monstruos negros, grises, monstruos, a veces, celestiales porque tienen alas, aunque, de acero y portan armaduras y espadas; otros monstruos son sensuales, visten de negro y me llaman como si supieran que no puedo negarme a sus requerimientos. De vez en cuando, los monstruos son blanquecinos y me recuerdan que soy ese ser, no, otro, ese que está ahí al nacer, al morir, al sumirse en sí mismo para asimilar lo que va ocurriendo en la vida, y nos va, necesariamente, modificando, como el paso del tiempo va dejando su estigma a través de los pequeños pero perceptibles deterioros del cuerpo…
Sólo el día logra ahuyentarlos, sólo el alba me rescata de ellos y entonces vuelven los recuerdos acerca de la forma que adopté en esta vida, y de los compromisos que asumí y debo cumplir, esos que me unen a lo otro y le dan sentido a mi existencia – al mejor modo Sartreano…
(*)(título de un poema de Paul Eluard)



I) Una parte de mí se sorprende
como puede ensaya su mejor color
una sonrisa, una alegría superficial
una camaradería muchas veces excesiva,
- debe auto convencerse de que es mejor así -
pero la otra, la que va por dentro
apenas puede moverse
llora sin lágrimas o con lágrimas muertas
se resecan en los ojos antes de salir,
algunas se agolpan y forcejean
en procura de escapar de su prisión,
una, la pequeña, resbala – casi imperceptible -
sobre la sábana despintada de mi mejilla,
rompe la angustia así
y todo pasa … pasó
como una simple ráfaga
en el ocaso rojizo de este amor secreto …

II) Debería, pero…
no sé, me cuesta
la felicidad sólo es un suspiro breve
casi un soplido.
Luego todo cae sobre su propio peso
y el temor atrae lo temido.
No puedo no viene
no logro poner luz a mis días
las dudas se acrecientan y apagan la sed
ese deseo innegable y a la vez
corrosivo hasta el tuétano
¿verdadero?, sí, en el punto donde más duele
me duele sentir esto que se enmaraña
en mi adentro
tratando de vencerme.
Me duele perder
porque en este caso equivale a perderme
y yo quiero encontrarme
pero el desapego es aún más doloroso
más llano.
No soporto el pensamiento oliendo a pelo
a ciénaga a rancio, manía de pieles en contacto
invadiendo el vacío el silencio …
Por fuera todo es bueno
casi ajeno
pero apenas me repliego y otra vez adentro
la explosión obsesiva de ese juego
ir venir a ningún lado
entonces no hay Cristo, ni ángel, ni árbol
o verso que pueda traer paz
abonar el terreno.
Dicen que siempre habrá luz
pero no sé dónde o cómo
estando así sin él con él al mismo tiempo
como un perverso verdugo que espera
en la horca …

San Lorenzo – diciembre de 2006/ junio de 2008

jueves, 26 de enero de 2012

capítulo XIII : sobre médicos y otras yerbas

I)
No supo, o no pudo. Quiso pero, a lo mejor, exageró. No previó que, alejarse de aquellas cosas que más amaba – la música, la poesía, el dibujo – le acarrearía problemas de salud. Eran un modo de canalizar su energía hacia aquello que ella siente que la conecta con lo verdadero, le da un sentido trascendente a su vida, más allá de sus preocupaciones o responsabilidades cotidianas.
Esta enfermedad que no conocía, y decir esto equivale a no saber con precisión cuáles podían ser sus consecuencias, si se trataba de un tipo de cáncer o qué, en aquellos tiempos la tenía, en verdad, muy preocupada, en sí por el tipo de dolencia pero, además, por los trastornos que le acarrearía en términos de estudios, consultas, etc. Y aquí vino lo interesante del asunto, una interconsulta con un médico especialista en este tipo de cosas que, la tenía, francamente, obsesionada. Era una mezcla de rechazo, desconfianza pero, también, atracción, lo que, entonces la mantenía en vilo.
En aquella ocasión, un miércoles por la mañana - lluvia torrencial, espera interminable, el hombre, debido a esto, demoró bastante en llegar - algo en él ejercía en ella cierto magnetismo, su mirada, su modo de tratarla, amable pero un tanto rudo, el modo en que, de inmediato, incorporó en la escena a su marido, acaso, debido a la gravedad del cuadro o porque sintió cierta turbación mientras ella hablaba intentando expresar los síntomas de su dolencia. Intriga, curiosidad… eso es, probablemente, mutuo sería ese sentimiento.
Ese mismo día no logró procesar nada más que preocupación y algo de miedo pero, con el correr de los días, los recuerdos sumados a su alto poder de intuición, comenzaron a revelarle datos tanto de ella como de él que se negaba a admitir en un primer momento – después de todo, últimamente, esos eran los mecanismos con los que lograba salir airosa de las situaciones, o superar la ansiedad o el dolor de verse cada día más alejada de aquellas personas o cosas del mundo artístico; así que no le resultó raro, al contrario, consideró que era lo mejor en este caso.
La tenía un tanto perpleja su mirada, penetrante, un tanto agresiva pero, para nada, desdeñosa. Algunas expresiones se filtraban también, esa actitud, por ejemplo, de alternar todo el tiempo, el trato formal con un tuteo que, se notaba que no buscaba menospreciarla, sino que surgía de un modo natural. Se dio cuenta además, con el correr de los días, que ella también lo habría mirado un poco más de la cuenta, hasta le habría coqueteado levemente.
Detiene su escritura y ese acto es suficiente para que, de golpe, se detenga todo este delirio y se quede enfrentándose sólo con sus miedos, a los que disfraza de ansiedad o de deseo sexual, quizá para escaparles o negarlos. Como siempre hizo con todas las situaciones negativas de su vida. Sólo se trata de vivir, o de sobrevivir, piensa…
II)¡Eureka!, al fin, lo que creía una obsesión era, en realidad, una especie de pálpito, una intuición, sí. Las ensoñaciones no habían sido el resultado sólo de su imaginación, eran, en realidad, recuerdos. Su cuerpo, el olor de su piel. Por fin recordó todo y esto le trajo cierta paz, al principio, pero después, cierta vergüenza. Hasta su nombre, sí, Guirao, así se llamaba. Todo sucedió una noche de hacía muchos años ya, una sola noche, en un boliche de Flores, cerca de las tres o cuatro de la mañana. Fue tan intenso e inusual que, de vez en cuando, rememora lo ocurrido con total precisión, como también, la amargura que sintió al advertir aquel acto fallido de haberle dado un número de teléfono incorrecto, cuando él se lo pidió para concertar un nuevo encuentro.
III) Mas lo analiza, más se va dibujando el croquis exacto de los hechos de aquella entrevista. Aquella inquietud suya quizá no haya sido más que cierta reacción al reconocerla, a juzgar, por ejemplo, por el modo en que remarcó que al día siguiente debía realizar una cirugía en Buenos Aires, o, como antes se dijo, la forma en que combinaba ese tuteo en el trato formal, casi todo el tiempo.
Pudo haber sido él quien, con el correr de las horas, estuvo pensando en ella y recordando los momentos de intimidad de aquella remota noche de hace más de veinte años, transmitiéndole de ese modo, el recuerdo que a ella se le reveló recién, desde hacía un par de días. No está mal, nada mal, incluso, el panorama se presenta mejor que, en un primer momento, pensó, porque agrega confianza para ponerse en sus manos al momento de la cirugía.
Después de todo, fue tan intensa y natural la conexión que hubo esa noche sin miedos, sin compromisos, con una total y rotunda libertad. Este descubrimiento fue un soplo de aire fresco, le ayudó a recobrar el ánimo, la alegría, la esperanza de vivir, qué poco, ¿no? Y cuánto, al mismo tiempo, se trata de comprender que, llegado el momento, estaría en buenas manos, más allá de saber, estar informada o no, sobre las supuestas cualidades médicas del sujeto, porque pudo recordar con una certeza casi alarmante su franqueza, su honestidad, el modo de presentarse aquella noche, sin ocultamientos, con nombre y apellido, esos mismos que entonces descubrió que, no por nada, le habían resultado familiares…
IV) Así fue. Su intuición no falló. Realmente dio con los profesionales adecuados, digo los, porque terminaron siendo dos. La primera cirugía que se practicó con el objeto de extraer una parte de la malformación para ser analizada, resultó en un cambio de lo pronosticado: ya no se trataba de un papiloma invertido, perfectamente extraíble sólo por medio de una cirugía endoscópica. Como decía antes, era un carcinoma y, como no se sabía si apoyaba sobre el maxilar o sólo abarcaba la mejilla, fue necesario dar intervención al otro profesional, aún más prestigioso que Guirao, el doctor Dr. Pasqueni, médico cirujano, especialista en cabeza y cuello, además de ser otorrinolaringólogo y haber ejercido un cargo jerárquico en el área de medicina forense, un hombre taciturno, bastante retraído, de pocas palabras. Claro que esto no lo privó de haber hecho de las suyas, histeriqueando con ella tanto como Guirao o los otros médicos, los de la terapia radiante, el Dr. Pio, en especial. Y a ella, dar lugar a que estas situaciones se generasen…
Analizando todo esto a la distancia, después de casi cinco años de ocurrido, advierte que contribuyó de algún modo a endulzar, a alivianar aquellos momentos tan traumáticos. Cualquier otra persona, una persona “normal”, enseguida hubiera inclinado la balanza hacia lo negativo, enfocándose en la afección, por ejemplo, en lo duro del tratamiento, en lo pesado que resultaban los controles médicos efectuados, al principio, cada tres meses. Ella, en cambio, no. “Para variar”, no tuvo mejor idea que la de estar de algún modo provocando mínimas situaciones un tanto mórbidas a nivel sexual con cada uno de los médicos que la asistieron. Conste que no se lo propuso, digo, no lo hacía al principio, de un modo deliberado, no. Las situaciones se iban dando y ella, en lugar de cortarlas por lo sano, o de reprimirse, les daba rienda suelta, aunque, siempre, dentro de cierto límite, aquel que garantizara no estar, lisa y llanamente, incurriendo en hechos concretos de infidelidad…
Infidelidad. Sería deshonesto de su parte, hasta injusto, no admitir que la mayor parte de la relación con su marido, estuvo salpicada de actos de infidelidad de todo tipo, salvo, el concreto, es decir, el de transgredir la intención para pasar a la acción. Sin embargo, para ella, no deja todo aquello de ser infidelidad. No son para ella simples fantasías. Las fantasías, son, como su nombre lo indica, situaciones o contactos imaginarios, es decir, no ocurre, en la realidad, nada, o, a lo sumo, simples miradas a la distancia, como, por ejemplo, lo que siempre le pasó con el músico, lo demás, sus sentimientos hacia él, aunque son ciertos, lo son en otro plano, digamos, espiritual e interno. En cambio, en estos casos de jueguitos histéricos con los médicos, pero antes, con algún que otro colega, o con cualquiera, casos todos que incluyen gestos, aunque mínimos, pero, gestos al fin, gestos que encierran intenciones compartidas; ya hay infidelidad, sí… Una infidelidad que, si fuera a la inversa, es decir, si viniera del lado de su esposo, no la perdonaría. Por mucho menos que eso, se ha encontrado varias veces haciéndole cuestiones a su esposo, por el simple hecho de haberlo pescado mirando más de la cuenta a alguien, o coqueteando apenas con alguna chica.
Se pregunta si estar confesando este tipo de cosas, estar rozando este terreno de las relaciones humanas, es el producto de sentirse de algún modo culpable, tanto por sus infidelidades a medio concretar, como por ciertas actitudes de su esposo. Es posible que estos hechos sean normales entre parejas o matrimonios que llevan más de veinte años de convivencia, pero no por ello, dejan de ser para ella, internamente, inaceptables, de provocarles algún ruido en su alma. No es por querer moralizar su vida pero… En algún punto su espíritu dijo, basta, ya no más. Hace mucho tiempo , más precisamente, desde que tuvo ocasión de acercarse a la metafísica cristiana, primero, por medio de la lectura de los textos sobre historia de la filosofía medieval que debía estudiar en la facultad, luego, tras aceptar una invitación a concurrir a unas reuniones, unas conferencias que se hacen una o dos veces por semana; que decidió aceptar su vida, su situación amorosa, familiar, centrarse en la valoración de lo que tiene, de lo que es su vida, de que está exactamente donde ella ha querido o se ha esforzado por estar. Su casa, su esposo, sus hijos, sus logros, todo, todo, no son más que el resultado de su lucha, de su plan divino, de la ruta que los hechos la han llevado a transitar, por decisión propia. Es posible que algunas decisiones de su juventud, hayan sido erróneas, o tomadas precipitadamente, pero, aunque hicieron que su vida se complicase, todo se conjugó para terminar saliendo airosa. Hoy por hoy tiene tres hijos, dos de ellos, viviendo con ella, el otro, el mayor, con su madre, pero esto, lejos de generarle culpa, hoy está aceptado, así como compartir la vida con el hombre con quien está, sin dudas, quien más la conoce, la comprende, la contiene…

viernes, 13 de enero de 2012

capítulo XII : "En el consultorio"

El espejo, en ese momento, parecía reflejar la imagen de una certeza, una suerte de pálpito o, acaso, algo, una vivencia que, años atrás, se reiteraba: su rostro un tanto desencajado, reflejando un cansancio que el rímel intentaba disimular, aunque, embadurnado, dejaba entrever las ojeras. Atrás, la imagen de su amante, uno distinto cada vez, según las circunstancias.
Lo único que cambiaba en ese momento, era el lugar, el consultorio, en lugar de un cuarto de hotel; y quien acechaba era su médico; pero la sordidez, la gravedad de las miradas, eran las mismas, el mismo afán, la misma sed. Para colmo, de un modo tan natural como la caída de una llovizna en días cargados de nubarrones. Todo había conspirado para que, otra vez, se encontraran los dos solos, casi sin hablar, así, midiéndose, cotejándose, como animales en celo, sólo que, con el lógico disimulo que requerían los hechos, a saber, primer control post quirúrgico luego de una terapia radiante consistente en nada menos que treinta y tres arduas, terribles sesiones, tras la extracción de un carcinoma pavimentoso de su seno maxilar izquierdo, de dimensiones bastante considerables. La terapia radiante no sólo había sido la correcta, en realidad, era la mínima, de no haber mediado una negativa suya, deberían haberse aplicado otras cinco o seis sesiones más. Con disimulo, decía, para que todo tuviese un sabor más agridulce, más anhelado, como el que se le busca a un vino añejo, como se miden, se saben, los amantes de buena cepa, aquellos que reniegan de lo servido en bandeja.
Hasta ese momento, todo se desenvolvía de un modo absolutamente etéreo, nada o muy poco pasaba a lo físico, algunos pequeños roces, ciertas proximidades un tanto excesivas pero, nada más. A lo mejor, esa fuera, justamente, la dinámica que encerraba esa suerte de acuerdo tácito entre los dos, quién sabe si alguno se fuera a animar a transgredirla, a avanzar hacia algo más concreto. Como fuera, lo importante para ella, en ese momento, era dejar que fluyera, que aquello ingresara en las fibras de su alma, que la iluminara de algún modo, aunque fuera renegrido, voluble, ardiendo de deseo como una casa incendiada. No fuera cosa que la realidad la terminara superando, había que buscar, a toda costa, evadirse de ella, de su gravedad, de aquella rotunda desgracia…

domingo, 1 de enero de 2012

capítulo XI

1- ¡Qué le pasa!, vaya uno a saber… No puedo entender a mi vieja, últimamente está recontra sacada… Hace como cuatro o cinco noches que la noto tremendamente fuera de sí. Durante el día anda más o menos bien, como siempre, bah, aunque, a decir verdad, está un poco más animada que, de costumbre, más atenta con nosotros. Parece interesarse más por lo que nos pasa, incluso, hasta se torna cargosa, taladrándonos con preguntas del tipo de las que suelen hacer las maestras jardineras o las abuelas con nietitos de jardín de infantes… Pero a la noche, se transforma. O se la nota sumamente callada, meditabunda, con el rictus cambiado, los rasgos de su cara, notablemente más pronunciados y la expresión de su rostro, de una gravedad que, la verdad, nos preocupa… O comienza a hablar consigo misma, como si pensara en voz alta. Lo que se llega a comprender de esos balbuceos es, en realidad, muy poco. Creo que habla de lo que le pasa a… ese artista, no me acuerdo como se llama, el que está gravemente enfermo. Pero lo hace de un modo extraño. Parece emitir ciertos conjuros o sacar conclusiones raras, yo no alcanzo a comprender de qué habla en sí, qué es lo que le pasa. En esos momentos, parece desvariar. Si sigue así, me parece que vamos a tener que hacer algo, no sé, presionarla un poco para que vaya a un terapeuta, porque no anda nada bien, mi mamá no anda nada bien …

2- Año nuevo… No sé si, vida nueva;a diferencia de otros años, francamente, no tengo nada demasiado programado para mi vida, siendo que, hasta último momento, me encargué de que así fuera, digo, me empeñé en hacer todo tipo de negociaciones, de tratativas, para garantizarme el trabajo en el instituto, por ejemplo, y un puesto de coordinadora literaria en la institución. Sin embargo, hoy, en este preciso momento, me siento como en el aire, como si todo aquello hubiera quedado atrás, como si hubiera ocurrido en otra instancia, no sé. Todo me parece nuevo, como si este comienzo de año marcara el inicio de algo completamente distinto. Esto, lejos de asustarme, por el contrario me tiene como más animada que, de costumbre. Como si lo único que me importase fuera, en verdad, estar viva, vivir, y, sobre todo, disfrutar tratando de ser feliz. Si hay nuevos proyectos o continuidad de los anteriores, bienvenidos sean. Obvio que, no les voy a andar cerrando la puerta. Pero, siempre y cuando, vengan en armonía, es decir, que no comiencen a aparecer, como siempre, los conflictos, esas piedras que estorban mi bienestar, mi vida, mi felicidad. Pero, aunque no venga nada, de todos modos, me siento particularmente bien, como hacía mucho tiempo no me sentía, como si mi visión de todo lo que me rodea se hubiera renovado o hubiera virado de golpe, mostrándomelo, como si lo viese por primera vez.
Anoche, otra vez exploté de ira, aunque, esa vez, hubo motivos concretos. Fuimos a saludar a mi madre para desearle feliz año nuevo. Bastó con subirnos a la camioneta, con la idea de volver a casa, para que, oh casualidad, la batería se descargara y no pudiéramos hacerla arrancar más. Demás está decir lo que maldije, putee, me enojé. Cayeron en la volteada: mi madre, mi hermana, mi cuñado, hasta mi hijo mayor. Cuando ya llegamos a casa, terminó ligando mi esposo, pobre, porque se quiso ir a dormir enseguida. Entonces yo, totalmente fuera de mí, le empecé a reprochar que él no se quisiese quedar a hacerme compañía, siendo que, a las cinco de la mañana entraba a trabajar y, encima, le iban a hacer control de alcoholemia. Hoy, ni bien me levanté, me sentí realmente muy culpable por mi comportamiento. Hice todas las invocaciones pertinentes y, rápidamente mi ánimo, de nuevo viró para bien…
Pero me había propuesto a mí misma, cuando empecé con esto, que iba a tratar de que no se convirtiera en un diario íntimo, un sitio donde venir a volcar sólo lo que me va pasando en el momento, sino, en una historia, es decir, una narración, por momentos, retrospectiva, aunque no sólo enfocada en el pasado, o al menos, en el pasado remoto. De todos modos, necesito contar algunas cosas, aunque no, sólo, relativas al año que acaba de concluir, sino de una etapa algo anterior, más precisamente ,de la época en que enfermé, yo también, como él ahora, y pude revertir mi cuadro gracias a una total fuerza de voluntad, de coraje, de entereza. Hoy me comparo con esa qué fui por entonces y, la verdad, me da vergüenza verme. Siento que decaí en todos esos valores, es más, que me fui poniendo cada vez más caprichosa, arrogante, pretenciosa, banal, egoísta. Es obvio que aún perdura el aturdimiento por el berrinche que protagonicé anoche. Me pregunto qué fue pasando para llegar a esto, para llegar a este estado de eterno inconformismo. ¿Dónde quedaron todos esos conocimientos de metafísica que antes, tanto bien me hacían y hoy, parece que sólo los traigo a la memoria cuando se trata de pronunciar alguna oración científica, o, cuando necesito resolver algo en concreto, es decir, a los fines puramente pragmáticos. ¿Por qué me embargan esos sentimientos, esas ganas de largar todo e irme al carajo? ¿Por qué me encuentro hablando sola, despotricando contra todo el mundo o diciendo todo el tiempo que me voy a ir, siendo que, durante el día me encuentro bien, es más, todo me parece sólo una especie de pesadilla?, ¿estaré enfermando de la cabeza, tendré algo en el cerebro, o será alguna secuela de ese tratamiento radiante tan prolongado como traumático?
En este punto es, precisamente, donde siento que debo volver un poco hacia atrás, y así lo haré…